Nostalgia

No suelo sufrir de este mal, no me gusta mirar hacia el pasado, y no suelo tener tiempo para hechar de menos mi tierra cuando estoy lejos, pero la semana pasada sufrí un ataque de nostalgia.
Fui al colegio de mi pueblo a recoger a mis primas pequeñas, tras pasar la mañana ayudando a mis abuelos a hacer la compra, preparar la comida… El caso es que yo nunca he ido a ese colegio, yo he vivido en él. Mis abuelos eran conserjes (cuando se jubiló mi abuelo, le sucedió mi abuela) y tenían la casa en la misma escuela. La casa era como un chalet en una esquina del patio, y tenía incluso un corral, con gallinas, conejos… y todos los fines de semana volvíamos al pueblo para ver a la familia y yo me quedaba a dormir en las literas de la “escuela”. Cuando se jubilaron mis abuelos, la casa cayó en desuso, y acabaron tirándola a tierra para que los chavales tuvieran más espacio donde jugar, pero allí donde estaba el “corral” permanecía ajeno a los cambios un enorme “xinxoler”. En español se conoce a este árbol como “azufaifo” o “jinjolero”, y da unos frutos marrones pequñitos, con pinta de oliva y que saben a manzanas ácidas. El caso es que durante agosto y septiembre, todos los niños del barrio, de la escuela y de mi familia, pasábamos las tardes cogiendo “xinxols” y tras lavarlos en la fuente, nos atiborrábamos a fruta fresca. Pero pese a que todo el mundo que quería entraba al corral a coger “xinxols” ese árbol era mío, yo tenía el monopolio implicito, y sólo yo sabía que ramas eran más dulces, que parte había sido más expoliada y que tamaño era el ideal de la fruta.
Así que el otro día, un poco desanimado tras ver como la vejez no perdona a mis abuelos, llegué a recoger a mis primas, y descubrí que ya no existía el xinxoler. Me atrapó la melancolía, y el recuerdo de esa frutíta minoritaria me dejó por primera vez mal sabor de boca… luego la más pequeña de mis primas acabó de hacer daño a mi orgullo con sus llantos nerviosos. Creo que sufrí mi primer ataque serio de nostalgia.